23.12.2020 | Desmintiendo mitos
Casi un año después, ¿qué sabemos del coronavirus y la COVID-19?
Ya hace prácticamente un año desde que una enfermedad desconocida, con síntomas parecidos a la gripe pero mucho más agresivos, diera un vuelco a nuestro mundo. El coronavirus empezó en la ciudad china de Wuhan, donde inicialmente se detectaron pacientes con síntomas como fiebre, tos y problemas respiratorios que podían derivar en neumonía. Antes de que nos diéramos cuenta, se había extendido por todo el planeta.
Se vio que el coronavirus y la enfermedad que provocaba, la COVID-19, era más graves de lo que se había pensado en un principio y científicos, médicos, empresas e instituciones de todo el mundo empezaron a luchar contra ella a un ritmo récord. Gracias a ello hoy tenemos un conocimiento mucho mayor del virus SARS-CoV-2 que lo que teníamos al inicio de la pandemia, aunque aún quedan muchas incógnitas por descubrir.
Lo que sabemos ahora del coronavirus
Transmisión del coronavirus
A principios de año veíamos cómo el coronavirus en España y en el mundo entero se expandía sin freno pero no sabíamos cómo se transmitía. En un primer momento se pensó que la gente se contagiaba a través de las gotículas que expulsamos al hablar, toser o estornudar y que también pueden caer en muebles y superficies que después tocamos. Hoy sabemos que la transmisión aérea es más importante de lo que creíamos ya que las partículas virales pueden mantenerse suspendidas en el aire durante horas formando aerosoles.
Además, también se ha hecho evidente la importancia de los eventos supercontagiadores, situaciones en las que una única persona es capaz de infectar a una gran cantidad de gente. Estas situaciones se pueden dar por un paciente supercontagiador, con una carga viral que multiplique las infecciones, pero no es la principal causa de las explosiones infecciosas. Normalmente, y a falta de estudiar más detenidamente los eventos supercontagiadores, se debe a situaciones con unas características específicas: espacios cerrados y con mala ventilación o lugares con una exposición continuada a aerosoles.
¿Cómo prevenir el coronavirus?
Desde el principio se insistió en que para prevenir el coronavirus era importante lavarse las manos a menudo y mantener la distancia interpersonal. De hecho, nadie olvidará los meses en los que llegamos a vivir un confinamiento domiciliario estricto.
Durante esos primeros meses de convivencia con el coronavirus no se recomendó utilizar mascarillas. Únicamente se indicaba el uso de mascarillas para trabajadores sanitarios, cuidadores y personas con síntomas que encajaran con la COVID-19. Sin embargo, hoy entendemos mucho mejor cómo se transmite el coronavirus, lo cual ha supuesto un cambio en las medidas de prevención. Además de reconocer la importancia de las mascarillas, somos conscientes del riesgo que suponen los espacios cerrados, razón por la que se ha limitado el aforo o incluso se ha prohibido la actividad de sectores como la hostelería.
Síntomas del coronavirus
También se ha avanzado en la investigación respecto a los síntomas de la COVID-19. Como decíamos, los primeros síntomas de la COVID-19 que se conocieron eran muy parecidos a la gripe y a la neumonía, caracterizándose sobre todo por la tos, la fiebre y la dificultad para respirar. Sin embargo, hoy sabemos que, aunque ataca principalmente a las células respiratorios, el coronavirus afecta a múltiples órganos y provoca una importante respuesta inmune de nuestro propio organismo.
Tratamientos para la COVID-19
Aunque el conocimiento del coronavirus ha avanzado notablemente, incluyendo el desarrollo de herramientas de diagnóstico que han sido claves para la contención de la pandemia (como los tests de antígenos y PCR), no ha habido tanto éxito en cuanto a la búsqueda de tratamientos contra la COVID-19.
Al principio de la pandemia hubo grandes esperanzas con numerosos fármacos que terminaron descartándose porque en ensayos clínicos posteriores no se demostró ningún efecto notable de dichos tratamientos. A día de hoy, se siguen utilizando como tratamiento contra el coronavirus la dexametasona y, aún con algunas dudas, el Remdesivir.
No obstante, sí que se ha desarrollado la vacuna contra el coronavirus, un arma aún más importante porque no trata los síntomas de la COVID-19 sino que directamente permite prevenir la enfermedad.
Aún quedan incógnitas sobre el coronavirus
El conocimiento que hemos recogido durante estos meses sobre el coronavirus es realmente asombroso, teniendo en cuenta que se trataba de una enfermedad nueva y desconocida. Estos grandes avances se los debemos a un despliegue de recursos nunca visto y al esfuerzo de científicos en todo el mundo, volcados en la lucha contra la pandemia.
Sin embargo, un año después continuamos teniendo muchas incógnitas respecto al coronavirus. Sobre todo ha llamado la atención lo que conocemos como COVID de larga duración. Muchos pacientes, incluso personas aparentemente sanas y jóvenes, siguen sufriendo los síntomas del coronavirus meses después de haber superado la infección.
También sigue habiendo incógnitas respecto a la duración de la inmunidad y la posibilidad de sufrir reinfecciones. Además, aún no se ha descubierto exactamente cuál fue el origen del coronavirus y qué especie animal fue la transmisora, aunque el mercado de Wuhan sigue estando en el punto de mira.
La química contra el coronavirus
Como ya te explicamos en este artículo, la industria química se ha considerado un sector esencial en la lucha contra la pandemia. Y es que los tratamientos y la vacuna contra el coronavirus, los jabones y geles hidroalcohólicos que nos ayudan a mantener nuestra higiene personal, los desinfectantes y detergentes para garantizar la limpieza de espacios y superficies, incluso los equipos de protección individual son QUÍMICA.
¿De qué esta hecha la vacuna contra la COVID-19?
Por su importancia ante la prevención de la COVID-19, debemos hacer una mención especial a la vacuna contra el coronavirus, cuya comercialización se ha aprobado recientemente.
Normalmente las vacunas se crean con fragmentos de virus que activan la respuesta inmune de nuestro organismo. En cambio, las vacunas de Pfizer y Moderna destacan por el uso de una técnica innovadora, basada en el ácido ribonucleico (ARN) mensajero del coronavirus.
El ARN es el material genético del virus que incluye las “instrucciones” para fabricar antígenos. Una vez el ARN llega a nuestras células, los ribosomas lo «leen» y siguen las indicaciones, fabricando antígenos específicos del coronavirus. Esto lleva a nuestro sistema inmune a fabricar anticuerpos, que serán capaces de reconocer y atacar al virus en el caso de que nos infectara.
Además, el ARN que incluyen las vacunas de Pfizer y Moderna no se obtiene directamente de un coronavirus, sino que se crea de forma sintética. De este modo, se logra un principio activo más estable y duradero, atenuando también su extrañeza para nuestro organismo.
Este ARN está encapsulado en nanopartículas de grasa, también fabricadas sintéticamente, que protegen las moléculas de su interior y las ayudan a introducirse en nuestras células. Es importante destacar que el ARN se introduce en la célula pero no en su núcleo, donde se encuentra nuestro ADN. Como hemos explicado más arriba, el ARN alcanza los ribosomas, orgánulos encargados de fabricar proteínas, como las que permiten que nuestro organismo identifique al coronavirus y produzca anticuerpos para defenderse.
¿Qué hemos aprendido del coronavirus?
Queremos terminar subrayando la revolución que ha supuesto la irrupción del coronavirus en el mundo científico. Nunca antes se había avanzado tan rápidamente en el conocimiento de una enfermedad nueva y, por tanto, en la lucha contra ella, incluyendo el desarrollo de vacunas. Y esto es porque nunca se habían dedicado tantos recursos ni se había trabajado de un modo tan abierto, compartiendo al momento la información que se iba recabando sobre el coronavirus y los avances que se llevaban a cabo.
Sin embargo, las lecciones más importantes nos las ha dejado el duro golpe que, a quién más y a quién menos, le ha dado esta enfermedad que ha afectado a todo el planeta. Un profundo hoyo del que todavía estamos saliendo pero del que, sin duda, aprenderemos y conseguiremos rebasar.